. in memoriam
Aunque lo conocía de años atrás de verlo por las calles de Valencia vendiendo sus figuras, la primera vez que hable con Carlos fue a raíz de un par de artículos del diario 20 minutos. Dado que la filosofía de nuestra empresa de mensajería urbana en bicicleta, es independiente y crítica con todo lo que creemos que así nos parece, se nos ocurrió (dada la “relativa” repercusión mediática de la Ecomensajería ) hacerle un encargo de 250 “bicicletas de alambre” para regalarlas a todos nuestros clientes, siendo unos de ellos el propio Ayuntamiento de Valencia.
Cuando hablé con él aquella mañana fría de diciembre en la calle Xàtiva, le propuse el encargo y la posibilidad de contar su historia en un reportaje para una productora de TVE . Le pareció una idea fantástica y en ese momento surgió nuestra pequeña amistad.
A raíz de ese reportaje surgieron varios encargos, también mi carta dirigida a él o el maravilloso domingo que pasamos con la Ecomensajería en el Mercado Artesanal de Burjassot. Yo intermediaba con él y el cliente que nos llamaba para pedir “bicicletas de alambre” y de ahí nuestras citas en el Bar Los Caracoles donde él improvisaba su pequeña oficina siempre apostado tras una copa de vino y un cigarrillo. A nuestro encargo inicial se sumó el de una chica madrileña que después de ver su historia en la televisión quiso encargarle para el día de su boda otras 300 figuritas de alambre. Lo que en principio parecía un buen momento para él y su situación, se torció de manera repentina a principio de 2009 con la pérdida de su compañera sentimental, que según me contó le había acompañado desde su partida de Portugal y su periplo por ciudades como Toledo en las que también vivió una larga temporada. Para colmo, la policía local, volvió a multarlo por venta ilegal, requisándole todo su material y a partir de este momento Carlos ya no fué el mismo, me resultaba difícil dar con él y después de en varias ocasiones darle dinero a cuenta de mi bolsillo para realizar los encargos, me dejó “colgado” y desapareció unos meses en los que no supe de él. Nunca se lo recriminé, pero en el verano de ese mismo año fue él quien me llamó para decirme que contase con las 300 bicicletas de alambre para Ana Domenech y su boda de Septiembre. Cuando saldamos cuentas (y tengo que decir que nunca gané un céntimo con él ni fue ese el propósito) desapareció por completo.
En Enero de 2011, sonó mi móvil y un tal Pepe, me dijo que había un viejo amigo quería hablar conmigo. Al otro lado, la voz frágil de Carlos me decía que estaba ingresado en el Hospital General de Valencia y que fuese, por favor a hablar con él. Pepe es el párroco del Hospital y me dijo que Carlos estaba grave y no duraría mucho más.
Al entrar en la habitación me encontré a Carlos, muy deteriorado, pero como siempre, con un aspecto cautivador que le proporcionaba su destartalada barba y largo pelo (de esa época son las fotos de Adrián González Vercher) . Tenía metástasis y él sabía que muy poco tiempo de vida, pero lo tenía todo planeado.
Quería huir del hospital y para eso necesitaba mi ayuda, apenas se podía mover y estaba pendiente de una importante operación, yo me negué pero una vez más me pidió dinero prestado, lo suficiente para coger un autobús y regresar a su casa del barrio de San Isidro unos días, “….no quiero morir en un hospital después de toda una vida en la calle”. Le dejé dinero y me marché pensando que nunca lo volvería a ver.
No podía creer que mi móvil volviese a sonar una vez más, un tal Harry, un chico Peruano afincado en Madrid, se iba a casar y contacta conmigo para preguntar por Carlos. La verdad que no me creía lo que ocurría, pero sin pensarlo dos veces llamé a Pepe, y pregunté por Carlos que efectivamente se escapó del hospital. Volvió de manera voluntaria y de ese modo pude imaginar los dolores que tuvo que sufrir para tomar esa decisión.
De ese modo se puso en marcha su ultimo encargo, la última producción de “bicicletas de alambre” de Carlos Alberto. Me dijo donde vivía, una alquería que compartía con un chatarrero rumano con el que charré casi una hora y del que intenté sacar información sobre la vida de Carlos. Allí dentro estaba todo perfectamente desordenado, miles de trastos, calentadores...olía a chatarra, a aceite de motor. Me dijo que se llevaban muy mal, que Carlos no tenía relación con ningún familiar y que era un hombre arisco y con mucho carácter. Me dio una caja que guardo como un tesoro en mi casa a día de hoy, con alambre, alicates y sus utensilios y artilugios que logré subirle a la habitación…
Nunca terminó el encargo, de allí fue trasladado al Hospital de enfermos terminales Dr. Moliner de Porta-celi .Lo visité un par de veces más, nos dio tiempo a charrar… Me contó sobre su hermano de Portugal y unos amigos que tenía pero eran frases inconexas, casi sin sentido o eso creía yo.
La ultima tarde de Domingo que entré en la habitación para verlo ya llevaba dos goteros de morfina, estaba consumido y tan solo aguanto lo suficiente para que el destino quisiera que conociera a Harry Aldo, que vino de manera expresa a darle su ultimo adiós. ( su carta resume su propia historia personal con Carlos). Pepe, celebró una última misa en su honor y una hora más tarde falleció.
Una asistenta social que se encargó durante el último proceso, Belén, me llamo para comunicármelo, siendo mi teléfono y mi nombre el de su único amigo posible con el que contactar. Me avisó del día y la hora del entierro en el Cementerio Municipal de Valencia.
Es aquí donde llega el final de la historia, donde el círculo se cierra y su recuerdo perdurará para siempre. La fría mañana de su entierro, a principios de Marzo de 2011, acudí puntual al acto con un solo acometido, dejar sobre su féretro una “bicicleta de alambre”, una de las miles (os lo aseguro) que existen en muchos hogares del mundo. Y es aquí donde entendí sus balbuceantes palabras en el Dr. Moliner.
Es verdad que tenia esos amigos, todos ellos asistentes sociales de Cáritas Diocesanas de Valencia, y que a través de un proyecto denominado “Simón”, le habían hecho un seguimiento durante cinco años en los que quisieron “sacarlo” de la calle. En los que conocieron también a su pareja, postrada en silla de ruedas y que él dejaba a primera hora de la mañana en la puerta de un Mercadona para pedir limosna, y que fue su desaparición la que le hizo perder esos “Mil pájaros que tenía en su cabeza”, como decía Rosalía en su carta de despedida.
Almudena, Victoriano, María Jesús, Rosalía o Carolina , Pepe, Harry, Adrián, Belén o yo, quien no quiero parecer el protagonista de una historia en la que para nada me corresponde el papel, hemos formado parte de su historia como todas y cada una de las personas anónimas que le compraron o se fijaron en sus mini-obras de arte.
Porque él me repetía una y otra vez, “no pido limosna, soy un artista de la calle” y yo quiero creer que lo seguirá siendo en las calles del cielo.
Victor Martínez González.
GRACIAS por difundir su historia.